Podríamos dividir los libros en dos tipos: aquellos que se terminan con la última palabra y los que una vez terminados, regresan una y otra vez para decirnos cosas nuevas y sacarnos de nuestra modorra. Lugar imposible es de los segundos: un libro que no solo no te deja indiferente sino que te llega a las entrañas.
Mariana es una joven de 14 años, esa edad en la que uno vive en la frontera entre la niñez y lo que viene después. Hija de padres divorciados, le reprocha a su padre su ausencia y su eterna adolescencia, y a su madre, su pasividad ante la vida. Mariana, además, sufre la falta de su abuelo, la figura que más ha marcado su vida, quien la escuchaba y la comprendía. Ahora que él no está, encuentra refugio en sus dos amigos inseparables, Manu y el Ratón, con los que compartirá toda esta aventura que pondrá al límite sus vidas, sus sentimientos y sus valores.
La novela se divide en dos partes: una primera narrada en tercera persona y otra donde todo se desencadena de manera más rápida, narrada en primera persona por la propia Mariana.
Toda la historia se desarrolla en diez días convulsos donde el país se verá sumido de nuevo en una dictadura. Fernando González crea un mundo que se mueve entre el más puro realismo y lo onírico y la fantasía. En la ciudad, ya antes de que el gobierno dé el golpe de estado, se están abriendo agujeros, pozos sin fondo que se tragarán a autos y peatones que nunca más volverán, los nuevos desaparecidos. Para tapar esa realidad, los hombres de gris trabajarán cubriendo los hoyos sin que nadie en la ciudad, excepto Mariana y sus amigos, se inmute. Eso y la desaparición del padre y el hermano del Ratón, llevará a los tres amigos a presenciar la violencia de cerca y poner en riesgo sus vidas.
La obra está cargada de referencias intertextuales. Los hombres de gris nos recuerdan a Momo ya que en este lugar imposible, la imaginación, el tiempo y el sueño también han dejado de ser viables. Pero no solo se hace referencia a la obra de Ende sino también a Alicia a través del espejo, elemento que cobra gran importancia en la novela gracias al abuelo Enrique quien consideraba que detrás de ellos se escondían universos paralelos, pero que si se traspasaban, había consecuencias irreparables: la esencia pasaba al otro lado del espejo y de este lado quedaba la cáscara, una copia de lo que se era ajena a las pasiones y el sufrimiento.
Traspasar o no traspasar el espejo es la disyuntiva a la que se enfrentará Mariana: escapar de la realidad o encararla, con los riesgos que ambas opciones implican. Y de alguna manera, esa es el dilema al que nos deberemos enfrentar nosotros, lectores. Nos vendrá una y otra vez la frase de su madre: “es mejor no meterse en nada y dejar de preguntar estupideces”. Pero Mariana es una joven que se pregunta, que no quiere quedar al margen de lo que sucede, aunque luego se vea envuelta en acontecimientos que nunca más olvidará.
¿Qué porcentaje de la Mariana que va a ser en el futuro va a estar marcado por lo que le está sucediendo y cuánto va a quedar por el camino y nunca más formará parte de su vida? Esa es la gran pregunta de la que a menudo tratamos de huir y que Fernando nos pone delante de las narices.
Como dije al principio, una termina la novela y estas cuestiones no dejan de acecharlo cada vez que ve su imagen reflejada en el espejo.