
Los ojos del perro siberiano y Elisa, la rosa inesperada tienen varias cosas en común: sus autores son argentinos, son dos novelas publicadas por Ediciones Norma y hablan sobre temas difíciles de masticar, de esos que nos hacen mirar hacia otro lado.
Los ojos del perro siberiano, un clásico de la LIJ argentina, fue publicado por primera vez hace 20 años. Su autor, Antonio Santa Ana, nos narra en primera persona la historia de un preadolescente que se enfrenta a la inminente muerte de su hermano mayor que padece sida, aunque la historia nos la cuenta a sus 18 años a punto de abandonar el hogar materno.
En los últimos días de la vida de su hermano, tendrá que hacer frente a la miseria humana: unos padres que tratan de ocultar la verdad por vergüenza y le dan la espalda al hijo, y un mejor amigo que se aleja por miedo al contagio. Solo la abuela y los ojos de Sasha, el perro siberiano, continuarán mirando a Ezequiel como siempre, sin prejuicios. Ezequiel es un nombre hebreo que significa la fuerza de Dios, y él, pese a estarse muriendo, nunca decae ante su hermano a quien le hará un último regalo: es enseñarle que la vida es para vivirla, para asomar la cabeza y ver qué pasa afuera, sin miedo. Una hermosa oda a la fraternidad en una edición que te deja maravillado, donde está pensado hasta el más mínimo detalle.
Elisa, la rosa inesperada, de la fallecida Liliana Bodoc, es también una oda a la vida, a la singularidad de las personas y a la supervivencia a pesar de las piedras del camino. Elisa es una rosa nacida en una villa argentina, a quien sus padres tuvieron de adolescentes y abandonaron con su abuela para irse de gira con un grupo de cumbia. Ella busca alguien que la salve de la miseria pero se encuentra sola tratando de no ser víctima de la sociedad en un viaje, por suerte, con retorno. Por el camino se cruzará con varias promesas que casi nunca germinarán y con el mismo diablo que tratará de arrastrarla hacia su lado.
No es esta una novela para cualquier lector ni para leer en cualquier lugar porque requiere de una lectura atenta y un corazón fuerte para asumir nuestra parte de culpa.
La prosa de Liliana Bodoc roza la poesía, sus silencios dicen mucho más de lo que expresan sus palabras. Asimismo, la estructura de la novela nos reclama atención para unir las piezas del rompecabezas ya que se narra a dos voces: un narrador omnisciente que sigue los pasos de Elisa, y un narrador en primera persona, Abel Moreno, que se convierte quizás en el personaje más delicioso de la historia,un viejo solitario que observa y escucha todas las miserias que se fraguan a su alrededor y que, sin conocerlo, será decisivo en la vida de Elisa.
Dos novelas para saborear y para dejarnos movilizar.