
Mañana viene mi tío es uno de esos libros que dicen mucho en muy poco, una maravilla, un golpe directo al corazón. Un libro que , lamentablemente, la historia hace que no pierda vigencia.
El libro fue escrito e ilustrado en 2011 por Sebastián Santana, todavía firmado bajo el seudónimo Pantana, y nos habla de las ausencias y las esperas, de esos seres queridos que habitan nuestra memoria y que, a pesar de nuestra firme esperanza, nunca regresan.
Su autor lo describe como “un libro de propaganda” que fue escrito como consecuencia del proyecto que en Uruguay dejaría sin efecto la ley de impunidad contra los crímenes de la dictadura militar. En él narra la historia de un niño que se hace hombre mientras espera la llegada de su tío. En tan solo veinte páginas, vemos transcurrir toda su vida mientras el personaje sueña con el momento en que la historia le devuelva lo que le ha arrebatado y poder compartir así todos sus logros cotidianos con el tío ausente.
En el libro se impone el blanco, la luz que es esperanza y, página tras página, se repite la imagen de una puerta cerrada, detenida en el tiempo, y la figura de un hombre sentado en un taburete del que solo vemos su contorno y unos labios sonrientes. Desde la segunda página los ojos se le desdibujan y eso nos recuerda que podría ser cualquiera de nosotros.
La obra fue ilustrada siguiendo los pasos de otro gran libro, La línea, creado en 1974 por el matrimonio argentino, Beatriz Doumerc y Ayax Barnes, y prohibido por la dictadura argentina por miedo a que los niños pudieran pensar con autonomía y libertad porque su mensaje es que son los hombres quienes escriben la historia y quienes deciden cómo se posicionan ante una línea, tan simple y tan poderosa a la vez.
Mañana viene mi tío nos moviliza desde la simpleza de una historia muy profunda. Y, por si algún valiente pudo contener las lágrimas hasta el final, el libro lo cierra la siguiente dedicatoria: “para quienes, por causa de dictaduras militares, nunca pudieron llegar.”
No nos ofrece ninguna respuesta, tan solo una pregunta que queda abierta, un nudo en la garganta que nos hace recordar que nunca hay que olvidar, que la memoria es nuestra única salvación.