Todo el mundo insiste en que ella es una cera de color rojo, a pesar de que no se siente así. Su envoltorio dice rojo pero todos sus dibujos son azules: los corazones, las cerezas, las fresas…todo luce de un hermoso y brillante azul.
Familiares y amigos tratan de mostrarle cómo tiene que hacer para ser roja, y ella solo siente una enorme frustración porque, por más que lo intenta, no hay manera.
Hasta que un día, el color baya (me pregunto si algún niño habrá oído hablar de este color) le pide que le pinte un océano para su barco. Rojo, cada vez más insegura, piensa que no será capaz, pero animada por su nueva amiga, lo intenta y desde ese momento todo cambiará porque ella descubrirá y aceptará su verdadera identidad.
Pese a ser un tema no muy novedoso, esta historia de Michael Hall captó mi atención desde el primer momento porque está planteado de una manera original. El narrador es un simple lápiz, un personaje omnisciente que queda en la sombra y que también trata de ayudar a rojo, pero como todos, no ve el fondo de la cuestión que es que ella se siente diferente y no se atreve a contradecir al mundo.
Si bien el texto tiene su vis cómica y divierte al lector, lo más llamativo son sus ilustraciones que imitan la estética de los primeros dibujos infantiles. El fondo de pàgina alterna entre blanco y negro: negro cuando aparecen las otras ceras para hablar de ella o intentar ayudarla; blanco cuando ella pinta y sale su verdadero yo. También es interesante que el libro abre con una guarda roja y cierra con una azul, sin más florituras.
“Rojo. Historia de una cera de colores” nos muestra ese etiquetado del que todos formamos parte y que solo cuando nos desprendemos de él somos auténticos y, por tanto, felices. Nos muestra una sociedad hipócrita que amparada en ayudar al otro, solo trata de encarrilarlo como una oveja más. Los niños lo tienen muy claro, a la segunda página, mi hija, de cuatro años, insistía a los gritos: “¡Pero si es azul!”. Claro, ¿quién lo iba a poner en duda?