
La poesía infantil suele ser ese género que todos alabamos (escritores y mediadores), pero con el que pocos se atreven. No es fácil decir tanto en tan solo unos versos, por eso también creemos que solo unos pocos privilegiados serán capaces de comprenderla. Ojalá más libros como el que voy a reseñar hoy puedan romper ese mito.
“Poemas para leer en un año” se compone de 23 creaciones: un haikus para cada día de la semana, un tankas para cada una de las estaciones del año y un limerick por mes. Todos ellos, un desafío de síntesis y profundidad.
Su autor, Horacio Cavallo, ese poeta al que su madre soltó en la tierra el último día de 1977, claramente consigue llegar al lector con un lenguaje directo y muy visual que al mismo tiempo juega con metáforas e imágenes sutiles, como esos niños dragón que, en invierno, desprenden humo por la boca o esos ojos de peces que tienen los enamorados.
Se trata de 23 poemas que nos divierten, nos conmueven, nos devuelven a nuestra infancia, nos dibujan una sonrisa y nos dejan con un pensamiento que nos invita a releerlos.
Pero este libro no sería lo que es sin las ilustraciones de Matías Acosta, el sanducero que, a partir de un estilo mínimo, con formas simples que se repiten sin ser nunca las mismas, logra decir mucho más de lo que se ve a simple vista. A partir de la técnica digital, imitando las imperfecciones propias del grabado, con una paleta de colores vivos pero no demasiado intensos, completa el texto trascendiendo las palabras y nos transporta a un tiempo, un clima, una sensación que nos hace detenernos en cada poema antes de pasar al siguiente.
Una hermosa edición de la editorial Calibroscopio con un tándem que no es la primera vez que trabajan y publican juntos.
Dice uno de los tankas: “Lo peor del verano es que siempre termina”. Lo peor de este libro, también.