Se han escrito numerosas versiones modernas de los clásicos. Quizás Caperucita sea el cuento que más se ha versionado; desde “Una caperucita roja” a “La niña de rojo”, pasando por “Caperucita en Manhattan”.
Las últimas que han caído en mis manos son “Caperucita de abuela” de la Ediciones Norma, y “¿Qué me cuentas, Caperucita?” de la editorial Algar.

La primera, de la argentina Liliana Cinetto con ilustraciones de Poly Bernatene, nos habla de la relación íntima entre Caperucita y su abuela, esta última, una mujer valiente, dispuesta a luchar por las causas justas y que cree que no todos los lobos son malos.
Caperucita llega a casa de la abuela y se la encuentra vacía porque la anciana se ha ido y le ha dejado una carta que llega del pico de una paloma mensajera. A partir de esta, Caperucita recupera distintos recuerdos con su abuela en forma de postales y fotos y es así como el cuento juega desde lo visual, a través de la tipografía y del color, con el presente y el pasado de una abuela que ha sido y es muy importante para su nieta. Para compensar su ausencia, que quizás le advierte sea para siempre, le deja su vestuario de capas. El mensaje que rescato de esa abuela aguerrida y no postrada en la cama como en el clásico, es que los caminos más largos siempre son más interesantes y no siempre son los más inseguros.

Sin embargo, en la otra historia de José Carlos Andrés, ilustrada por Éric Puybaret, Cape decide ir por el camino más corto que, a diferencia de lo que pueda parecer, no siempre es el más cómodo. En esta ocasión, Caperucita es una niña rebelde que se niega a repetir el cuento de siempre y que desafía al sistema. Por eso ella se dirige a casa de su abuelita en bici y con una capa multicolor, y no de rojo como todos esperaban. Pero no solo eso, también sale con minifalda, botas altas y melena al viento, como una niña moderna y desafiante.
Cuando se encuentra con el lobo, un tanto famélico cabe decir, lo invita a tomar un chocolate y este, como buen conservador, se resiste al cambio de la historia porque le da miedo enfrentarse a lo desconocido.
Si bien se trata de una propuesta con algunos giros divertidos e interesantes, y unas hermosas ilustraciones (sobre todo de ese paisaje lúgubre y un tanto siniestro que atraviesa Cape de camino a casa de su abuela), quizás peca un poco de didactismo y hace que el mensaje final sea demasiado previsible.
En resumen, dos Caperucitas, una coneja y otra humana, osadas, y dos abuelas que les han enseñado que pueden ser lo que quieran ser y tomar el camino que más les apetezca.